Durante la crisis, el papel principal había correspondido a los magistrados. Al poner en movimiento a los hombres de leyes, habían desencadenado, por medio de la acción concertada, un vasto movimiento de opinión y dejado a sus lacayos incorporarse a los motines de la curia. Sin embargo, equivocadamente se les ha imputado toda la responsabilidad: la aristocracia entera y hasta los príncipes de la sangre habían hecho causa común con ellos; los Estados provinciales los sostenían; en Bretaña, la nobleza los había ayudado a organizar comités de resistencia que vigilaban y se oponían a los agentes del rey; algunos oficiales habían rehusado obedecer, y los intendentes se habían negado a castigarlos. El ejemplo no se echará en olvido, y el Tercer estado no tardará en sacar provecho de él. Por el momento, sin embargo, la aristocracia había obtenido la victoria. Pues los Estados Generales —y el Parlamento lo recordó el 23 de septiembre-debían estar, como en 1614, constituidos en tres órdenes, iguales en número, deliberar separadamente, y tener cada uno de ellos derecho de votó. No se podría pues emprender nada contra los privilegios sin el consentimiento de la aristocracia y, al disponer de dos votos de cada tres, ésta se consideraba capaz de imponer al rey sus condiciones. En todo caso, la monarquía había implícitamente cesado de ser absoluta; se regresaba a 1614. Era una revolución, pero la intervención de la burguesía cambió su sentido.
Triunfo de ta aristocracia
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