La Revoluciòn Popular

A lo largo de la Revolución, el miedo es inseparable de la esperanza. Pero este miedo no es cobardía: provoca una reacción defensiva que precede incluso al peligro; las jornadas revolucionarias y la leva en masa serán sus manifestaciones famosas. Al miedo se añade la voluntad de frustrar a los conspiradores por medio de la persecución de los sospechosos y, lo que es peor, ese encarnizamiento en castigarlos, después de la victoria, que la ignorancia y el desdén por las formalidades jurídicas tradujeron por ejecuciones sumarias, de las que las matanzas de septiembre son sólo el ejemplo más célebre, y que la Convención sustituyó por el terror gubernamental. Miedo, reacción defensiva, terror, son pues correlativos, y este complejo, que es la clave de los movimientos populares, no se disolverá sino después de la victoria completa de la Revolución. Pero se estaría en un error si se creyera que es exclusivo del pueblo; este complejo se impuso, más o menos completamente, a numerosos burgueses. La célebre exclamación; de Barnáve, qué se recordará más adelante, y una carta de Madame Roland, llevan la traza memora-ble de ello. El Tercer estado íntegro creyó en el complot aristocrático, y desde principios de julio de 1789 el aflujo de tropas justificó su convicción.

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