La administración det reino y la unidad nacional

No era un secreto para nadie que desde Luis XIV la organización del Estado permanecía estacionaria. Poco faltaba para que Luis XVI gobernara siguiendo los mismos procedimientos que su antepasado; algunos pudieron no ver en ello ningún mal, pues ante todo les importaba la calidad de los administradores, y éstos eran con frecuencia excelentes: hostiles a lo arbitrario por amor al orden y al bien público, penetrados ya de la majestad de la ley, muchos se adaptaron sin dificultad al orden burgués y le prestaron inestimables servicios. Pero es indudable que mientras la enseñanza de las escuelas, el prestigio de París, las letras y las artes, el progreso de las comunicaciones y de las relaciones económicas, fortificaban de día en día la unidad nacional, las instituciones la estorbaban. Francia continuaba dividida en país de elecciones, en el que el intendente era señor sin discusión de su generalidad, y en país de Estados, en el cual debía contarsexcon los Estados provinciales. El Mediodía era fiel al derecho romano y el Norte a sus numerosas costumbres. Las pesas y medidas variaban con frecuencia de una parroquia a otra. Las aduanas interiores y los peajes, lo mismo que la diversidad del régimen fiscal, impedían la constitución de un mercado nacional. Las circunscripciones administrativas, judiciales, financieras, religiosas, prodigiosamente desiguales e invadiéndose las unas a las otras, no ofrecían más que un caos. Provincias y ciudades, a menudo dotadas de privilegios, que consideraban, con razón, como una defensa contra el absolutismo, manifestaban un particularismo obstinado.
Para el Capeto, era una especie de misión histó rica el dar a la comunidad que había constituido, al reunir las tierras francesas bajo su autoridad, una unidad administrativa que se armonizara con la conciencia que adquiría de sí misma y que fuese tan favorable al ejercicio de su poder como agradable y útil para todos. Los funcionarios, sin duda, no hubieran pedido nada mejor que realizarla, pues esto hubiera acrecentado el poder real y en consecuencia su propia influencia; pero por esta misma razón habrían chocado con la resistencia apasionada de los Parlamentos y de los Estados provinciales, es decir, de la aristocracia. Lo mismo que la solución de la crisis financiera, la realización de la unidad nacional ponía a discusión la organización jurídica de la sociedad.

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