El 23, Luis XVI anuló las resoluciones tomadas por el Tercer estado, prescribió a los tres órdenes continuar sus deliberaciones separadamente, quedando la' reunión como facultativa, y finalmente les notificó el programa de reformas que aceptaba sancionar. Nos hallamos aquí en el punto crucial de la Revolución. El rey consentía en convertirse en un monarca constitucional y en garantizar los derechos civiles del ciudadano; así, la revolución de la libertad fue desde ese momento una revolución nacional. Luis XVI autorizaba también la reforma administrativa: no sería más que cuestión de tiempo. Pero al aprobar de antemano la igualdad fiscal si la nobleza y el clero consentían en ello, prohibía el voto por cabeza en lo que concernía a los otros privilegios: el diezmo y los derechos señoriales. Dicho de otro modo, él los confirmaba, y al ponerse de parte de la aristocracia subrayaba el carácter propio de la Revolución de 1789, que fue la conquista de la igualdad en la libertad. Una vez que el rey hubo salido, el Tercer estado permaneció en su sitio, y como el maestro de ceremonias invocara las órdenes del rey, Bailly replicó: "La Nación reunida en asambleas no puede recibir órdenes", fórmula cuya perfección la tradición ha descuidado en provecho del desafío romántico de Mirabeau: "No saldremos más que por la fuerza de las bayonetas." Por el momento la corte estimó que no tenía bastantes a su disposición y pareció capitular; el 27 de junio, la nobleza y la minoría del Clero fueron invitados a reunirse al Tercer estado. La asamblea acometió la elaboración de la Constitución; desde este momento es para la historia la Asamblea Constituyente.
La revoluciòn pacìfica de la burguesìa
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