Los obreros y los campesinos

Contrariamente a lo que podría imaginarse, los campesinos, en su gran mayoría, pensaban del mismo modo. Una parte apreciable del suelo, un tercio tal vez, con grandes variaciones locales, les pertenecía ya; además, el resto de la tierra cultivable estaba también en sus manos, a título de arriendo o de aparcería, pues el sacerdote, el noble y el burgués la explotaban rara vez por sí mismos. Pero la repartición era muy desigual. Entonces necesitaba el campesino mucha más tierra que hoy en día porque ésta quedaba en barbecho'por lo menos un año de cada dos en el Mediodía y de cada tres en el Norte. Nueve familias de cada diez no poseían tierra bastante para vivir independientemente o no poseían ninguna. Sus miembros remediaban esto trabajando para otros como jornaleros o como obreros de industria y recurriendo a la mendicidad, que era la lacra eterna de los campos. En tiempos de crisis los mendigos se multiplicaban y se agrupaban. Se les trataba de "bandidos" y el miedo cundía, sobre todo en vísperas de la cosecha, puesto que podían cortarla por la noche.
Los campesinos que no cosechaban bástante para poder vivir, obligados a comprar en el mercado, compartían las inquietudes de los citadinos y se entregaban a las mismas violencias. Éste era particularmente el caso de los viñadores. Como el diezmero y el señor almacenaban mucho grano, parecían acaparadores natos; las autoridades que compraban para alimentar a sus administrados eran igualmente sospechosas de ganancias ilícitas; el rey mismo no era excluido, y el Pacto de hambre le atribuía el cruel hábito de henchir su tesoro especulando con el pan de sus subditos. El motín del hambre agrietaba pues la estructura administrativa y social.

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