La propiedad territorial de aquélla seguía siendo considerable: tal vez un cuarto o un tercio del suelo le pertenecía, y la mayor parte de los señoríos. Menos privilegiada que el clero, pagaba la capitación y las vigésimas y no formaba una corporación. En todo esto, por otra parte, no se distinguía radicalmente del Tercer estado: muchos burgueses no estaban sujetos a la talla y nada impedía a un plebeyo adquirir tierras e incluso señoríos. Lo que distinguía a la nobleza era el nacimiento. Sin duda alguna, se podía llegar a ser noble, pues nunca ha habido castas entre nosotros. Sin embargo, en opinión de los, propios plebeyos no se era verdaderamente noble sino por la sangre, y la literatura aristocrática que —se olvida con demasiada frecuencia— se desarrolló a través del siglo xviii al lado de la filosofía burguesa» había recurrido a justificaciones históricas y raciales: Montesquieu, después de Boulainvilliers, consideraba a los nobles como descendientes de los conquistadores germanos que por sus virtudes guerreras habían impuesto su autoridad a los cobardes galoromanos. ¿Cómo hubieran podido soportar que se les confundiera con la-plebe "innoble"? El matrimonio desigual era una mancha; los nobles no podían trabajar sin rebajarse, y cuando Colbert les abrió el comercio marítimo, no encontró gran acogida. Vivir noblemente era portar armas, pertenecer a la Iglesia o permanecer ocioso. La riqueza, sin embargo, introdujo entre ellos diferencias impresionantes. Unos vivían en la corte o en castillos suntuosos; otros sostenían su rango en provincia; muchos eran pobres, sobre todo en las regiones atrasadas.
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