Las colonias inglesas de América del Norte, en efecto, se habían sublevado y proclamado su independencia el 4 de julio de 1776. En nombre de los Estados Unidos, Silas Deane y Franklin solicitaron el apoyo de Luis XVI. La opinión se inflamó. La Declaración de Derechos, que Virginia había adoptado el 23 de mayo de 1776, resumía brillantemente las ideas caras a los filósofos, y Franklin, self-made-man nombrado embajador de su país, era una lección viva para los partidarios de la igualdad de derechos. Otros franceses, es cierto, consideraban a los insurgentes como rebeldes, pero la hostilidad contra Inglaterra ahogaba los escrúpulos. La partida, sin embargo, era peligrosa. Durante mucho tiempo Vergenes hizo la vista gorda a las operaciones de hombres de negocios, como Beaumarchais, que procuraban suministros a los americanos, y a la salida de voluntarios, el más conocido dé los cuales es el marqués de La Fayette. Cuando una división inglesa capituló en Saratoga, Vergennes se quitó la máscara y empeñó la lucha en febrero de 1778.
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