Después de la Guerra de Siete Años, la economía francesa había conocido algunos años prósperos. La administración real había contribuido a ello del mejor modo posible al proseguir la construcción de grandes carreteras, la apertura de canales en Borgo-Aa y la» provincias del Norte, favoreciendo la roturación y los desecamientos, creando depósitos de MmentalM para la cria caballar, introduciendo, en Ü0V la oveja merina. Ett principio, había alcanzado le libertad preconizada' por los economistas; si du-data en cuanto a los granos, era por temor a la sedi-Otdn^iMl la industriadla reglamentación era cada Vea menos observada. Inclusive el proteccionismo perdía rigldesi el tratado de 1786 había abierto el reino t lot productos manufacturados británicos a cambio dt concesiones para nuestros vinos y aguardientes; en 17M había sido autorizado cierto tráfico entre los Estados Unidos y las Antillas. Por otro lado, la reserva monetaria se acrecentaba en Europa: la producción de las minas de México aumentaba; en Inglaterra, la emisión bancaria tomaba fuerza; varios Estados recurrían al uso de papel moneda. En consecuencia, los precios se hallaban en alza continua, lo que favorece siempre el espíritu de empresa. La introducción de las máquinas, que se multiplicaban en Inglaterra, le abría vastas perspectivas. Por otra parte, la invención era activa también en Francia, especialmente en el terreno de la química aplicada, al cual va unido el nombre de Berthollet.
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