Mientras engendraba la anarquía, la crisis económica conjugaba sus efectos con la crisis política. No contribuyó solamente a excitar a gentes que hubieran permanecido indiferentes si hubieran tenido pan, sino que los volvió contra las autoridades, los diez-meros, los señores, los acaparadores, a quienes se juzgaba siempre responsables. Los disturbios urbanos hallaron en el campo ecos terribles. Desde fines de marzo, los de Tolón y Marsella inflamaron la alta Provenza, y a principios de mayo los de Cam-bray tuvieron por consecuencia la insurrección de Picardía. En los alrededores de París, los animales de caza fueron sistemáticamente exterminados y los bosques invadidos. Nadie puso en duda que la aristocracia practicaba el acaparamiento para hambrear al Tercer estado. Y puesto que aquélla proyectaba provocar la guerra civil ¿por qué no iba a tomar a sus expensas a los "bandidos" tan temidos? ¿Por qué asimismo las cárceles y los presidios, donde los miserables, amontonados confusamente y mal vigilados, se rebelaban a menudo, no les proporcionarían su contingente? Así, con la vuelta de la crisis económica, el "complot aristocrático" apareció como una monstruosa máquina de guerra montada contra la "Nación".
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