La gran mayoría de los nobles, sin embargo, no quería o no podía adaptarse. Buscaban el remedio a contrapelo de la evolución: querían que la nobleza se volviera, por la supresión de la venalidad de los puestos públicos, una casta cerrada donde no se pudiera entrar más que por excepción; que los empleos compatibles con su dignidad le estuviesen reservados; que el rey proporcionara gratuitamente a sus hijos los medios de prepararse para desempeñarlos. El rey, primer gentilhombre del reino, no había permanecido insensible a estos deseos. Durante el reinado de Luis XVI, los ministros fueron todos nobles, excepto Necker; en 1781, se había hecho saber mediante un edicto que para entrar directamente en el ejército como oficial era preciso tener cuatro cuartos de nobleza; en 1789, todos los obispos eran nobles; los parlamentos excluían a los plebeyos, a veces por reglamento.
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