El 4 de mayo de 1789, los diputados y la corte desfilaron con gran aparato por las calles de Versalles para ir a oír la misa del Espíritu Santo, y el 5, Luis XVI presidió la sesión de apertura en el Hotel des Menus-Plaisirs. La nobleza inició al día siguiente la verificación de los poderes, y desde el 11 se declaró constituida. El Tercer estado rehusó obstinadamente imitarla. No puso directamente en litigio la votación por orden, que era legal, pero exigió que la verificación de los poderes tuviera lugar en común, como si no debiera resultar de ello un precedente en favor del voto por cabeza, argumentando que importaba a cada orden comprobar si los otros estaban regularmente constituidos. Los delegados conferenciaron sin resultado. El rey propuso un plan conciliador y la nobleza dispenso al Tercer estado de la peligrosa obligación de rechazarlo. La actitud de la burguesía no dejaba, sin embargo, de presentar inconvenientes, porque la exponía a que se le imputara el poner obstáculos a las reformas. Las discusiones del clero le proporcionaron la ocasión de usar una nueva táctica. Una pequeña minoría del clero, que fue creciendo, se pronunciaba por la reunión. Desde ese momento, la táctica del Tercer estado fue multiplicar las exhortaciones para acelerar la defección de los curas. A principios de junio, Sieyés, de acuerdo con el Club Bretón fundado por los muy vehementes diputados de Bretaña, pero que se había convertido en director oculto del Tercer estado, juzgó llegado el momento de "cortar las amarras". El 10 de junio decidió invitar a los privilegiados a unirse al Tercer estado; los que no se presentaran serían reputados rebeldes y la asamblea de los tres órdenes considerada completa de todas maneras; solamente algunos curas asintieron; los nobles liberales y La Fayette mismo, atados por su mandato, no osaron imitarlos. El 17, la reunión se adjudicó el nombre de Asamblea Nacional, así como la aprobación del impuesto. El 19, el clero votó por la reunión. Esto era ya una revolución, puesto que la constitución de los Estados Generales no podía ser legalmente modificada más que con el consentimiento de la nobleza y del rey. El 20 de junio,, el Tercer estado encontró la cámara cerrada y se le anunció que Luis XVI vendría a presidir una sesión real. La reacción fue la misma que en el Parlamento en 1787. El Tercero mostró la resolución de considerar nulo el golpe de autoridad que se avecinaba. Reunido en un salón del Juego de Pelota, bajo la presidencia de Bailly y por proposición de Mounier, prestó juramento de no separarse antes de haber establecido una constitución.
La revolución pacífica de la burguesía
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