Necker no era contrario a las reformas, puesto que su popularidad dependía de ellas, pero temía ante todo comprometer su asombrosa ascensión, y contemporizando con todos, no emprendió nada grande. Durante su gestión, abolió la servidumbre en el patrimonio real, suprimió la tortura de los acusados; se instituyeron; a título de ensayo, en Berry y Alta Guyena, asambleas provinciales, nombradas portel rey y completadas con miembros elegidos por la misma asamblea. Los subsidios —impuestos indirectos— fueron sometidos a la administración y un cierto número de cargos suprimidos, con lo cual Necker afrontaba valerosamente los mismos peligros que Turgot. Como éste, en efecto, deseaba restablecer el equilibrio financiero reduciendo los gastos. Sin embargo, argumentaba que las cuentas extraordinarias podían ser legítimamente cargadas sobre las generaciones futuras recurriendo al empréstito, Inglaterra acostumbraba hacerlo así, pero redimiendo poco a poco el interés y la amortización por medio de nuevos impuestos. Esta precaución fue descuidada por Necker; además, la tentación de cubrir también por medio del empréstito el déficit ordinario era grande, y sucumbió a ella tanto más fácilmente cuanto que, por hábito profesional, encontraba natural asociarse a los financieros. Les pidió adelantos a corto plazo contra bistrechas que enajenaban las recaudaciones futuras y los encargó de colocar los empréstitos en lotes o en rentas vitalicias en condiciones cada vez más onerosas. Su origen le prestó el concurso de numerosos banqueros extranjeros instalados en París, y también de los de Ginebra y Amster-dam. Pero, es justo hacerlo notar, si Necker acrecentó la deuda pública en 600 millones, los que se lo han reprochado olvidan que tuyo que costear la Guerra de América.
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